Durante sus últimos años de vida Oriana Fallaci advirtió con vehemencia sobre los peligros que entrañaba la paulatina transformación de Europa en lo que ella denominaba Eurabia. Y es que para la afamada periodista italiana los millares de inmigrantes musulmanes que por décadas habían llegado a raudales a Roma, Londres, Paris y Berlín constituían un grave peligro para la supervivencia de Europa, al menos tal y como la hemos conocido hasta hoy. En su opinión, tras el Corán y la medialuna se escondía una mortal amenaza contra los valores fundantes de Occidente y contra los derechos e instituciones que este había conquistado y construido a punta de tantos esfuerzos.
Los lamentables sucesos que cubrieron de luto y dolor a París hace unas semanas han vuelto a darle vigencia a las dramáticas premoniciones de esta autodenominada Casandra. Y es que la masacre de Charlie Hebdo ha hecho que Europa tome conciencia de forma bastante trágica de que está sentada sobre un volcán y que le urge resolver un problema largamente aplazado.
El affaire Charlie Hebdo tiene numerosas implicaciones políticas y reabre necesariamente el debate sobre los límites de la libertad religiosa y la libertad de prensa. Este es un debate complejo, lleno de matices y aristas, en el que Europa tendrá que enfrentarse a sí misma. Y es que respecto al tema musulmán Europa ha sido víctima de un multiculturalismo en el que a fuerza de valorar y respetar lo ajeno terminó devaluando y despreciando lo propio. Porque los europeos, quizá avergonzados de las brutalidades cometidas en nombre de la “civilización” durante su extenso pasado colonial, no han sido capaces de defender los grandes aciertos de su tradición intelectual y las valiosas conquistas de su historia política, ni se atreven a cuestionar los aspectos negativos de otras culturas: pareciera que el “todo es igual, nada es mejor” del memorable tango de Santos Discépolo se convirtió en el principio de todos los principios.
Pero aunque a algunos les cueste aceptarlo, lo cierto es que no todo es igual y en algunos casos esta sencilla convicción puede marcar una gran diferencia. En esta línea, en un diálogo sostenido con Vargas Llosa en la ciudad de Lima el año 2009, Claudio Magris recomendaba que Europa, al abrirse a un diálogo intercultural y acoger en su seno a inmigrantes ajenos a su tradición, debía trazar unas fronteras muy claras sobre lo que puede o no ser discutido y definir de antemano qué valores no son negociables; la paridad de derechos civiles y políticos de las mujeres es uno de estos valores, la libertad de prensa, y la posibilidad de abusar de ella sin poner en riesgo la vida, es otro.
Esto no significa anular la diferencia, ni implica negar a los musulmanes su legítimo derecho a practicar la fe de sus padres: se trata de armonizar la práctica de una fe determinada con la constelación de valores de las sociedades donde ha de practicarse dicha fe. Y es que es razonable que quien acoge a alguien en su casa sea quien defina las reglas de convivencia; si el visitante se siente incómodo con esas reglas siempre tendrá la posibilidad de marcharse. Ni negación radical del otro, ni abandono total de los valores propios. Lo que se debe hacer es buscar un punto medio entre la inaceptable claudicación del gobierno danés que a pedido de los grupos de presión musulmanes suprimió las referencias cristianas de los cuentos de Hans Christian Andersen de los textos escolares, y la grotesca prohibición de construir minaretes decretada en Suiza tras la realización de un referéndum.
Hay quienes sostienen que no es posible establecer una comunicación constructiva y enriquecedora con el Islam porque algunas suras del Corán imposibilitarían cualquier tipo de diálogo. Los luctuosos episodios parisinos parecerían darles la razón. Sin embargo, algunos evocamos con nostalgia experiencias como la de Alfonso X, el Sabio, y la Escuela de Traductores de Toledo, donde al alero de una política de tolerancia religiosa y sana convivencia se dio un provechoso intercambio cultural entre cristianos, judíos y musulmanes. Ojalá no sea demasiado tarde para reproducir una experiencia semejante.