Columnas

Carta a un amigo chileno

¡Hombre Carlos! ¡Lástima no haber sabido que nos ibas a acompañar durante el plebiscito del domingo! Siempre es grato poder atender amigos chilenos en esta brumosa ciudad andina y así intentar saldar la impagable deuda que tengo con el querido pueblo de Chile. Espero que la próxima vez que nos visites podamos vernos.

 

Quiero, empero, hacer unas precisiones sobre las razones que das sobre el inesperado resultado del 2 de octubre. Aunque naturalmente -en vista de que soy Concejal de Bogotá por el Centro Democrático- debes tomar las cosas que digo con beneficio de inventario, creo que puede resultarte enriquecedor oír esta cara de la moneda.

 

En primer lugar, atendiendo a lo que señalas respecto a la precipitud con que se adelantó el ejercicio plesbicitario y que permitió hacer campaña solo durante 5 semanas, hay que apuntar que el único responsable de esa situación fue Santos, quien necesitaba hacer el plebiscito antes de llevar al Congreso la reforma tributaria que tiene que presentar esta semana o la próxima para que Colombia no pierda el grado de inversión; Santos era perfectamente consciente de que la aprobación de esa reforma antes del plebiscito podía afectar la votación del SI negativamente. Pero a pesar de que la campaña formal fue de 5 semanas hay que decir que desde las pasadas elecciones presidenciales (Mayo 2014), cuando se publicaron borradores de 3 de los puntos de la agenda de negociaciones, el Gobierno de Santos no ha hecho otra cosas que hacer un día sí y otro también pedagogía por el SI. Y si hubieras estado acá en Colombia durante las ultimas cinco semanas te hubieras escandalizado con la saturación publicitaria en favor del SI a la que fueron sometidos los colombianos en televisión, radio y redes sociales por parte del Gobierno Nacional.

 

La campaña fue desigual y quienes abanderábamos el NO a los acuerdos no contábamos con las mismas garantías que los que defendían el SI. Para empezar, se cambiaron las reglas de juego: para este plebiscito y solo para este plebiscito se cambió el umbral requerido, que pasó de ser de 50 % de participación a 13 % de aprobación; con esta modificación se planteó que para una población de 48.000.000 de habitantes se requiriera el mismo número de votos por el SI que obtuvo el plebiscito de 1957, cuando la población colombiana podía rondar los 18.000.000 de habitantes. Como si esto fuera poco, de manera excepcional, se permitió que los funcionarios públicos hicieran campaña en uno u otro sentido -por ejemplo, la Ministra de Educación pidió licencia para liderar la campaña por el SI- y se negó el planteamiento para que ambas campañas fueran financiadas exclusivamente con recursos públicos; por el contrario, se definió una pedagogía cuya transmisión era de carácter obligatorio, pedagogía que tenía un claro sesgo a favor del SI. Adicionalmente el Presidente Santos, en contravía de lo que recomendó la Corte Constitucional, formuló una pregunta en la que aludía directamente a la "paz", término que recomendó no usar el alto tribunal por ser un derecho de todos los colombianos y que por lo mismo no podía ser sometido a una consulta popular; la idea era que se preguntara sobre los acuerdos de La Habana en particular, pero Santos hizo caso omiso de lo dicho por la corte y cuando se le cuestionó ese hecho él respondió que él podía formular la pregunta que le diera la gana. Las amenazas a los funcionarios y las presiones a los alcaldes y gobernadores para que se comprometieran con el SI estuvieron a la orden del día, al punto que el Presidente Santos, en un evento público en Barranquilla donde estaba entregando casas a ahorradores, condicionó futuras asignaciones presupuestales a los votos que pusieran al SI los distintos departamentos. Los medios de comunicación, salvo un canal de televisión y una que otra emisora -acá en Colombia hay una cultura radial que sorprende a los extranjeros-, estaban abiertamente a favor del SI y el cubrimiento de la firma del evento del 26 de septiembre en Cartagena tuvo un cubrimiento sin precedentes a menos de una semana de la realización del plebiscito. Si se tienen en cuenta todas estas circunstancias se podrá entender de mejor manera la importancia y el sentido de que finalmente haya ganado el NO.

 

Decir que el triunfo del NO, como sugiere una de las personas que comentó tu vídeo, es prueba de que a veces los pueblos se equivocan es no querer ahondar en las causas de un fenómeno y quedarse en la superficie de las cosas. Habría que empezar reconociendo que de uno y otro lado hubo desinformación, y que así como algunos voceros del NO pudieron exagerar algunos de los riesgos de los acuerdos, unos abanderados del SI exaltaban hiperbólicamente los supuestos beneficios que traería su implementación. Dicho eso, paso a contextualizar los acuerdos. En primer lugar hay que señalar que las FARC -que no superan los 15.000 hombres en armas- no son el único grupo armado al margen de la ley en Colombia, donde la violencia, que aunque originariamente pudo tener su explicación en la exclusión política y en desigualdades en la riqueza y en la tenencia de la tierra, hoy está estrechamente relacionada con el narcotrafico. Por otro lado el grueso de los homicidios en el país, cerca del 90 %, no están relacionados ni con las FARC y el ELN, aunque hay que reconocer que algunos de sus actos terroristas suelen ser los más escandalosos. Las FARC son objeto de un rechazo casi unánime por parte de los colombianos y su cúpula es responsable de delitos de lesa humanidad como el reclutamiento forzoso de menores, el secuestro y la utilización de minas anti-personales, y la gran mayoría de los jefes farianos ya han sido condenados en repetidas ocasiones por los tribunales de justicia de Colombia. Si a todo esto se le suma la baja favorabilidad del presidente Santos no debe extrañar el resultado del pasado domingo. Tú mencionas que darle 5 curules en la Cámara de Representantes y 5 curules en el Senado durante dos periodos constitucionales -8 años- no parece ser una gran concesión a la guerrilla, pero pasas por alto la baja representación popular de las FARC, el hecho de que se les hayan abierto las puertas del Congreso a criminales de lesa humanidad en contra de las disposiciones constitucionales vigentes -Artículo 179, Numeral 1- y que el principal partido de la izquierda democrática en el país, a saber, el Polo Democratico Alternativo, hoy solo cuente con 5 Senadores y 3 Representantes a la Cámara. Creo que resulta evidente la sobrerepresentacion que se le estaba entregando al grupo guerrillero y eso naturalmente chocaba con él sentido de justicia de los colombianos. Como si esto fuera poco las FARC no asumieron un compromiso concreto de reparar a las víctimas con los recursos que han amasado durante años a través del narcotrafico, el secuestro y la extorsión; en la víspera de la votación hicieron un anuncio gaseoso sobre estos temas, pero eso no quedó plasmado en las 297 páginas de los acuerdos. Y es que el grueso de los compromisos contenidos en los acuerdos fue asumido por el Gobierno Nacional, al punto que el partido político de las FARC contaría con financiación -mayor a la de los demás partidos- durante 10 años, y acceso a 31 emisoras de radio. Las FARC se han mostrado arrogantes, no todo el mundo les cree sus actos actos de contrición y no cumplieron el compromiso que asumieron al principio del 2015 de liberar a todos los menores de edad reclutados forzosamente. Las encuestas respecto a la intención del voto en una eventual refrendación variaron a lo largo del tiempo: unas veces, muy pocas, ganaba el NO, la mayor parte de las veces el SI; sin embargo, hubo dos constantes a los largo de estos largos cuatro años de conversaciones: entre el 70 y el 80 % de los encuestados rechazaban que los jefes de las FARC no pagarán cárcel y que pudieran acceder a cargos de elección popular. Como Santos decidió no adelantar un referendo, en el que podía dividir el acuerdo en varias preguntas de tal manera que el votante pudiera decir SI o NO a distintos aspectos de los acuerdos, finalmente los colombianos tuvieron que pronunciarse en bloque sobre un texto de 297 páginas, que de haber sido aprobado hubiera pasado hacer parte del bloque de constitucionalidad.

 

Todos estos elementos pueden arrojar luces sobre las razones por las que el domingo pasado se terminó imponiendo el NO en el ejercicio electoral del pasado 2 de octubre. Quienes rechazamos los acuerdos no queremos que se perpetúe la guerra y nos duelen tanto como a los del SI los muertos que ha dejado la violencia en el país. Estamos lejos de suscribir el "ni perdón ni olvido" que hizo carrera en algunos lugares del Cono Sur ante las violaciones de lo derechos humanos perpetradas por las dictaduras militares; hay conciencia de que en aras de la paz se puede aceptar una reducción de penas, pero no ausencia total de penas, ni elegibilidad política para crimínales de lesa humanidad. Los altos niveles de impunidad que contenían los acuerdos podían sentar un mal precedente e incitar a los otros grupos armados al margen de la ley a escalar la violencia para que este gobierno u otro les diera un tratamiento similar que al que se le dio a las FARC, sobretodo cuando durante las conversaciones en La Habana las hectáreas de cultivos de coca han vuelto a crecer, pasando de 69.000 hectáreas en 2014 a 96.000 en 2016 según la ONU.

 

Es posible que los pueblos se equivoquen, pero creo que antes de aventurar una afirmación semejante es conveniente empaparse de las realidades que viven. En fin. Un abrazo, Carlos, y espero que la próxima vez que vengas por acá podamos vernos.

Los Mártires

“Dulce et decorum est pro patria mori”, dulce y decoroso es morir por la patria. Con esta frase de Horacio, inscrita en un obelisco conmemorativo de 17 metros de altura terminado de construir en 1880, la ciudad de Bogotá quiso rendir homenaje a la pléyade de próceres que estuvieron dispuestos a llegar al sacrificio supremo en aras de la libertad de la patria. El lugar elegido para ubicar el monumento fue la denominada Huerta de Jaime, lugar situado en lo que entonces era el borde occidental de la ciudad, y donde en 1816 Morillo ajustició a numerosos patriotas, entre los que se contaban Jorge Tadeo Lozano y José María Carbonell. 

Ese fue el origen del denominado Parque de los Mártires, que da el nombre a la localidad homónima, y que hoy, a cuenta de la desidia e indiferencia de sucesivas administraciones distritales, está sumido en el olvido y la inseguridad. Tristemente esta es una situación generalizada en la localidad 14, que a pesar de contar con numerosos edificios y sitios de interés histórico, hoy es asociada por los bogotanos de forma casi exclusiva con las peligrosísimas calles del Bronx y Cinco Huecos. 

No sobra recordar que la localidad de Los Mártires es sede del Cementerio Central (1836), la célebre Estación de la Sabana (1917), el Hospital San José (1925), el edificio Peraza (1921) -primero en el país en contar con ascensores-, la Basílica del Voto Nacional (1916) -concebida en medio de la Guerra de los Mil Días como símbolo de unidad nacional en medio de la lucha fratricida-, y otros tantos edificios que hacen más patente y doloroso el contraste entre un pasado no exento de esplendor y la cruda realidad presente. 

Actualmente Los Mártires es una de las localidades más peligrosas de Bogotá, presentando junto a la vecina Santa Fe las tasas de homicidios por cada 100.000 habitantes más altas de toda la ciudad: 54 en 2012, 45,7 en 2013 y 52,3 entre enero y octubre de 2014. Estas cifras son alarmantes, pues casi triplican los ya altos índices globales de Bogotá, que en los últimos años han estado entre 16 y 17 homicidios por cada 100.000 habitantes. 

Y es que la histórica localidad, dejada a su suerte por la administración distrital, se ha convertido en una tierra sin Dios ni ley en la que el crimen y el vicio campean a sus anchas. El sentimiento de desamparo es generalizado y el miedo se ha apoderado de los corazones, pues quienes residen o trabajan en Los Mártires saben que la muerte los acecha a la vuelta de la esquina. Calles sucias y nauseabundas, viejos caserones a punto de derrumbarse, constituyen el tétrico telón de fondo de existencias signadas por la angustia y la desesperanza que parecieran no tener patria.

Urge rescatar a Los Mártires de la dramática situación en la que se encuentra: la suerte de los habitantes de esta localidad rezumante de historia patria no puede sernos indiferente. La administración distrital debe tomar cartas en el asunto y la policía metropolitana, a pesar de la desmotivación que ha sufrido a cuenta de un Alcalde que la mira con recelo, debe devolver a los vecinos de este rincón de la ciudad la confianza en las instituciones. Los bogotanos no debemos vernos privados de la posibilidad de reencontrarnos con nuestro pasado y la solución al diario martirio que padecen los habitantes de la localidad 14 a cuenta del estado de anomia al que han sido condenados no da espera. Y es que una cosa es morir por la patria y otra muy distinta morir por no tenerla.
 

El depredador de la Sabana

La actual administración distrital ha confirmado la validez de ese viejo proverbio que dice que el infierno está empedrado de buenas intenciones. Petro y su Bogotá Humana se han caracterizado por un profundo divorcio entre palabras y hechos, entre los nobles propósitos de sus discursos y los pobres resultados de sus acciones. Precisamente, eso es lo que ha pasado con los postulados del Alcalde sobre la preservación de la Sabana, con el agravante, en este caso, de que las medidas adoptadas para alcanzar este objetivo terminaron siendo totalmente contraproducentes.

Petro le ha planteado a la ciudad un falso dilema entre expansión y densificación urbana, y con ello, a pesar de su pretendido deseo de preservar el medioambiente y de mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos más vulnerables de la ciudad, ha terminado convirtiéndose en el depredador de la Sabana y ha expulsado de la capital a sus habitantes más pobres. En este caso el proverbial desgreño administrativo que ha caracterizado a la Bogotá Humana se ha visto potenciado por la terca insistencia del Alcalde en aplicar unas políticas de contención urbana que, cuestionadas por la academia, ya están dejando a la vista sus terribles consecuencias.

A este respecto, en el libro Planeta de ciudades, publicado en castellano por la Universidad del Rosario, el profesor Shlomo Angel, tras analizar una vasta muestra de ciudades en largos períodos de tiempo, llega a la conclusión de que la expansión de las ciudades derivada del crecimiento de la población urbana es un fenómeno irrefrenable y que lo único que podemos hacer ante esta realidad es ordenar esa expansión para al menos mitigar sus consecuencias negativas; incluso Manhattan, ejemplo paradigmático de concentración, ha visto crecer la huella urbana a su alrededor y ha experimentado una significativa disminución de su densidad poblacional en los últimos 100 años. Adicionalmente, el profesor Angel, basado en las experiencias de varias metrópolis, concluye que los principales perjudicados con las políticas draconianas de contención urbana son los pobres, que ante la escasez de oferta de vivienda ven como sube el precio de los arriendos y se esfuman sus sueños de tener casa propia. El corolario natural de estos hallazgos es que los laudables esfuerzos de redensificación urbana no pueden sustituir el oportuno encausamiento de la inevitable expansión de las ciudades y que la obstinada negación de esta realidad no detendrá la expansión, solo la convertirá en un proceso anárquico y desordenado. 

Es bajo este prisma que se deben evaluar las políticas urbanísticas de Petro. En este sentido hay que recordar que como complemento a su propuesta de redinsificación del centro ampliado, el Alcalde ha paralizado proyectos urbanísticos concebidos por administraciones pasadas en los bordes norte y sur de la ciudad que hubieran representado la construcción de cerca de 190.000 viviendas nuevas, arguyendo que de este modo está impidiendo la depredación de la Sabana y el desplazamiento de la población vulnerable a los extramuros de la capital. Lamentablemente es precisamente eso lo que estas medidas están provocando.

Según el DANE durante los tres años de la Bogotá Humana el municipio de Soacha inició la construcción de 46.175 viviendas para la población más desfavorecida (VIP o VIS), casi el doble de la cifra registrada durante los cuatro años de la administración anterior. Esto refleja que ante la imposibilidad de conseguir viviendas asequibles en la capital, las familias más vulnerables han tenido que buscar mejores horizontes en los municipios circunvecinos, donde por lo general el acceso a los servicios públicos es más precario y donde una débil institucionalidad municipal hace temer un crecimiento caótico y poco respetuoso con la Sabana. 

Y es que Petro, quien se comprometió a habilitar 470 hectáreas de suelo urbanizable y a construir 70.000 VIP durante su cuatrenio, solo ha logrado habilitar 94 hectáreas y únicamente ha construido 9.889 VIP según el último informe de la veeduría distrital. La consecuente escasez de oferta ha disparado el precio de los arriendos y de la vivienda en la capital −entre el 2006 y el 2014 en Bogotá el índice de precios de vivienda nueva (IPVN) creció a una tasa de 10.2% anual mientras que la tasa equivalente del índice de costos de construcción de vivienda (ICCV) fue solo de 2,6 %−, situación que se ha visto agudizada por el confiscatorio aumento del impuesto predial con el que la Bogotá Humana ha castigado a los bogotanos. 

Como vemos, el cinturón verde que Petro ha querido ceñirle a la fuerza a Bogotá, sumado a la incapacidad de su administración para adelantar la tan cacareada redensificación, ha desencadenado un proceso de suburbanización descontrolado en municipios como Soacha, Madrid, Funza, Mosquera, Cota y Chía. Así, a cuenta de su voluntarismo impenitente y a pesar de su deseo de preservar la Sabana, Petro terminó convirtiéndose en su principal depredador. Y es que no hay que olvidar que como decía don José Manuel Marroquín, “es flaca sobremanera / toda humana previsión, / pues en más de una ocasión / sale lo que no se espera”. 
 

La clase de Andrés Eloy Blanco

Nos duele Venezuela. ¡Qué triste espectáculo el de un país rico en recursos naturales sumido en la miseria! La pasada década fue una década perdida para los venezolanos; no solo no avanzaron, sino que retrocedieron. Gracias a los altos precios del petróleo Venezuela tuvo una oportunidad de oro para salir del subdesarrollo, pero seducida por los cantos de sirena de la demagogia terminó desaprovechándola. Ya en 1936 Arturo Uslar Pietri hablaba de la necesidad de “sembrar el petróleo”; lamentablemente Hugo Chávez y su cauda de áulicos no le hicieron caso. Y es que el legado del socialismo del siglo XXI es haberle dejado a las nuevas generaciones una Venezuela más pobre, más violenta y más dividida que la que recibió. 

Pero la dramática situación venezolana no debe hacernos perder la esperanza; no es la primera vez que el bravo pueblo ha tenido que padecer un poder despótico, y en el pasado, más tarde o más temprano, siempre terminó sacudiéndose ese odioso yugo. Precisamente, como homenaje a esa Venezuela corajuda, “la del millón de grandes”, la que llenó “de tumbas y patrias a América” y que está “más poblada en la gloria que en la tierra”, es que desempolvamos este hermoso poema de Andrés Eloy Blanco, el poeta venezolano por excelencia. 

Este poema fue escrito desde el exilio y por eso tiene sabor a nostalgia: el poeta, radicado en México tras el golpe militar que derrocó a Rómulo Gallegos, pretende dar a sus hijos una clase en verso sobre la patria perdida. Creemos que esa lección de patria sigue siendo vigente porque en ella se encuentran a un tiempo las luces y sombras de la historia venezolana; hoy, como ayer, Venezuela está acosada por el que pareciera ser su sino trágico, ese por el “que el hijo vil se le eterniza adentro / y el hijo grande se le muere afuera”, y hoy, como ayer, Venezuela está llamada a enfrentar y a vencer a la fatalidad. Es cierto que las circunstancias actuales no son muy esperanzadoras, pero no debemos olvidar que la noche se hace más oscura justo antes del amanecer.           

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"Clase"

POR: ANDRES ELOY BLANCO.
 


Aquí estamos el hombre, la mujer y los niños
para dar una clase de distancia y presencia, 
con un recuerdo que haga llegar el horizonte
hasta las manos, por un mar de alberca, 
con una voz de pálido regreso
que se traiga la playa entre las velas, 
con un amor de golfo madrugado
que en el playero caracol se tuerza, 
con un dar y tomar de niño y patria
sobre una ola azul que vaya y vuelva
y un sureste que traiga entre las manos
el nelumbo de adiós de mis riberas
y una nube de allá como una hamaca
de revelada carga en que se mezan
el canto de mis hijos, cuando vaya, 
y el olor de la patria, cuando vuelva.

Ayer la geografía era presente y viva, 
ayer sólo la historia era pretérita. 
Hoy, ya, para nosotros, geografía es historia, 
un recuerdo de un niño que escribía en la arena, 
algo de cuna y río, de golfo y cementerio, 
una gota de agua sobre una hoja seca, 
una balandra que soñó un gran viaje
y envejeció lavándose las velas. 

Los cuatro que aquí estamos
nacimos en la misma tierra, 
la del pueblo elegido
para llenar de tumbas y de patrias a América, 
la de adelante en viajes a Judá o a la Cólquida, 
de una vez argonauta y cananea.
Canaán, y sus hijos, Israel, escogidos
para andar repartiendo libertad a las tierras: 
con las uñas cavaron, con la sangre regaron
los huesos de su siembra
y al fin, de patria a patria
se pasaban la fruta que le faltaba a ella. 

Los cuatro que aquí estamos
nacimos en la pura tierra de Venezuela, 
la del signo del Exodo, la madre de Bolívar
y de Sucre y de Bello y de Urdaneta
y de Gual y de Vargas y del millón de grandes, 
más poblada en la gloria que en la tierra, 
la que algo tiene y nadie sabe donde, 
si en la leche, en la sangre o la placenta,
que el hijo vil se le eterniza adentro
y el hijo grande se le muere afuera.

Se van a libertar, por tierra y agua, 
a pelear con las armas y las letras
y alguna vez embarcan las miradas
hacia el rincón del mar donde está Ella, 
más difícil que un pozo en el desierto, 
más bella que un amor en primavera. 

Y todo comenzó en Coquivacoa, 
el signo de sus hijos y el de Ella: 
le encontraron las casas metidas en el agua
y de allí le quedaron los viajes en las venas. 

Pero aquí estamos cerca de los hijos, 
para darles la Patria como es buena, 
para darles la Patria sin dolor de palabra, 
como se dan las patrias, sin mojar sus ojeras, 
como se dan los ojos, sin cortarles el día, 
como se da la noche, sin cortarle la estrella, 
como se da la tierra, sin cortarle los árboles, 
como se dan los árboles, sin cortarles la tierra. 

Y hablar así, a los hijos, de la Patria lejana, 
en una clase clara, con la ventana abierta; 
los cuatro que aquí estamos
nacimos en la pura tierra de Venezuela; 
amamos a Bolívar como a la vida misma
y al pueblo de Bolívar más que a la vida entera
y a Venezuela, inalcanzable y pura, 
sabemos ir por el "bendito seas".

¿La alternativa es Clara?

En última instancia, la palabra “alternativa” proviene etimológicamente de “alter”, que en latín quiere decir “otro”. Por tal razón una alternativa no solamente es una opción entre dos o más cosas, sino que debe ser una opción que entrañe una diferenciación radical, una discontinuidad profunda respecto a las otras opciones y al statu quo. 

Por eso, a la luz de estas consideraciones etimológicas, se puede decir con toda propiedad que para los capitalinos Clara López no es una alternativa. Por el contrario, es más de lo mismo. Y es que aunque en el plano nacional la historia puede ser distinta, a nivel distrital el sector político al que pertenece la presidenta del Polo Democrático Alternativo ha detentado el poder desde hace doce años y los resultados están a la vista. Además, los bogotanos no debemos olvidar que Clara ha tenido una estrecha relación con las cabezas de las dos últimas administraciones distritales, esas a las que debemos agradecer los interminables trancones que sufrimos un día sí y otro también. En definitiva, como Secretaria de Gobierno de Samuel Moreno y formula vicepresidencial de Gustavo Petro en 2010, Clara no puede presentarse como una alternativa o como una opción renovadora para la capital del país sin caer en el descaro; por más que lo intente no puede saltar fuera de su propia sombra: la Bogotá que padecemos hoy es el resultado de la aplicación ininterrrupida del ideario político al que ella adhiere por más de una decada. 

Pero además, digámoslo con claridad, Clara tampoco es tan clara: su paso por los corredores del Palacio Lievano dejó una estela algo turbia. Y es que ella no puede desmarcarse olímpicamente de los hermanos Moreno, ese dúo dinámico con el que cogobernó a Bogotá por más de dos años como Secretaria de Gobierno y bajo cuya administración los Nule & Cia. entraron a saco en las arcas distritales. Mal haríamos en acusarla temerariamente de haber participado en el desfalco que sufrió la ciudad, pero aunque ella no haya sido cómplice del despojo si le cabe la responsabilidad de no haber advertido y denunciado a tiempo lo que estaba pasando. Y es que si no pecó por acción, pecó por omisión, y en ninguno de los dos escenarios queda bien parada, porque ni la corrupción ni la negligencia son atributos deseables en un gobernante.

Por si esto fuera poco, durante los dos años en los que se desempeñó como Secretaria de Gobierno, Clara fue acusada de favorecer con contratos a los amigos de su marido, el ex-concejal del Polo Carlos Romero, hoy investigado por posibles nexos con el carrusel de la contratación. En su momento Clara ni siquiera se sonrojó ante esta acusación y con una fuerte dosis de cinismo respondió que “uno gobierna con los amigos y no con los enemigos”, olvidando que la mujer del César no solo debe ser honesta, sino que también debe parecerlo. 

Por estas y otras razones preocupa que con las elecciones a la Alcaldía a la vista Clara esté liderando los sondeos de opinión. Urge que los bogotanos superen la amnesia en la que parecen haber caído y castiguen con su voto al sector político que desde hace doce años ha sumido a la ciudad en el caos y en el desgobierno. Ojalá Bogotá no vuelva a caer en eso que Einstein definía como insensatez: hacer lo mismo una y otra vez esperando diferentes resultados.

Europa frente a sí misma

Durante sus últimos años de vida Oriana Fallaci advirtió con vehemencia sobre los peligros que entrañaba la paulatina transformación de Europa en lo que ella denominaba Eurabia. Y es que para la afamada periodista italiana los millares de inmigrantes musulmanes que por décadas habían llegado a raudales a Roma, Londres, Paris y Berlín constituían un grave peligro para la supervivencia de Europa, al menos tal y como la hemos conocido hasta hoy. En su opinión, tras el Corán y la medialuna se escondía una mortal amenaza contra los valores fundantes de Occidente y contra los derechos e instituciones que este había conquistado y construido a punta de tantos esfuerzos. 

Los lamentables sucesos que cubrieron de luto y dolor a París hace unas semanas han vuelto a darle vigencia a las dramáticas premoniciones de esta autodenominada Casandra. Y es que la masacre de Charlie Hebdo ha hecho que Europa tome conciencia de forma bastante trágica de que está sentada sobre un volcán y que le urge resolver un problema largamente aplazado. 

El affaire Charlie Hebdo tiene numerosas implicaciones políticas y reabre necesariamente el debate sobre los límites de la libertad religiosa y la libertad de prensa. Este es un debate complejo, lleno de matices y aristas, en el que Europa tendrá que enfrentarse a sí misma. Y es que respecto al tema musulmán Europa ha sido víctima de un multiculturalismo en el que a fuerza de valorar y respetar lo ajeno terminó devaluando y despreciando lo propio. Porque los europeos, quizá avergonzados de las brutalidades cometidas en nombre de la “civilización” durante su extenso pasado colonial, no han sido capaces de defender los grandes aciertos de su tradición intelectual y las valiosas conquistas de su historia política, ni se atreven a cuestionar los aspectos negativos de otras culturas: pareciera que el “todo es igual, nada es mejor” del memorable tango de Santos Discépolo se convirtió en el principio de todos los principios. 

Pero aunque a algunos les cueste aceptarlo, lo cierto es que no todo es igual y en algunos casos esta sencilla convicción puede marcar una gran diferencia. En esta línea, en un diálogo sostenido con Vargas Llosa en la ciudad de Lima el año 2009, Claudio Magris recomendaba que Europa, al abrirse a un diálogo intercultural y acoger en su seno a inmigrantes ajenos a su tradición, debía trazar unas fronteras muy claras sobre lo que puede o no ser discutido y definir de antemano qué valores no son negociables; la paridad de derechos civiles y políticos de las mujeres es uno de estos valores, la libertad de prensa, y la posibilidad de abusar de ella sin poner en riesgo la vida, es otro. 

Esto no significa anular la diferencia, ni implica negar a los musulmanes su legítimo derecho a practicar la fe de sus padres: se trata de armonizar la práctica de una fe determinada con la constelación de valores de las sociedades donde ha de practicarse dicha fe. Y es que es razonable que quien acoge a alguien en su casa sea quien defina las reglas de convivencia; si el visitante se siente incómodo con esas reglas siempre tendrá la posibilidad de marcharse. Ni negación radical del otro, ni abandono total de los valores propios. Lo que se debe hacer es buscar un punto medio entre la inaceptable claudicación del gobierno danés que a pedido de los grupos de presión musulmanes suprimió las referencias cristianas de los cuentos de Hans Christian Andersen de los textos escolares, y la grotesca prohibición de construir minaretes decretada en Suiza tras la realización de un referéndum.

Hay quienes sostienen que no es posible establecer una comunicación constructiva y enriquecedora con el Islam porque algunas suras del Corán imposibilitarían cualquier tipo de diálogo. Los luctuosos episodios parisinos parecerían darles la razón. Sin embargo, algunos evocamos con nostalgia experiencias como la de Alfonso X, el Sabio, y la Escuela de Traductores de Toledo, donde al alero de una política de tolerancia religiosa y sana convivencia se dio un provechoso intercambio cultural entre cristianos, judíos y musulmanes. Ojalá no sea demasiado tarde para reproducir una experiencia semejante.
 

Metrópolis

Londres inauguró su famoso “underground” en 1863. El “subway” neoyorquino data de 1904. Paris, Madrid, Barcelona y Buenos Aires cuentan con un sistema de transporte ferroviario urbano desde las primeras décadas del siglo XX. Los habitantes de Ciudad de México, Sao Paulo, Santiago de Chile y Caracas han gozado de metro desde la década del setenta del siglo pasado. 

Bogotá, en cambio, en pleno siglo XXI y a pesar de sus casi ocho millones de habitantes no tiene un solo kilómetro de metro. Ganas no nos han faltado. Estamos en estas desde 1950. Han sido tantos los estudios que se han hecho y tanto el dinero que nos hemos gastado en pre-diseños y diseños que hace rato habríamos podido financiar la primera línea si nuestros gobernantes hubieran tenido mayor determinación. Y es que a veces, conviene no olvidarlo, lo mejor es enemigo de lo bueno.

El metro es deseable, de eso no hay duda. Sin embargo, tener conciencia de la necesidad que Bogotá tiene de un metro no debe hacernos perder el foco. El metro, digámoslo con claridad, no resolverá los problemas de movilidad que los capitalinos padecemos a diario; no es la solución, aunque haga parte de ella. Por esto la realización del metro no debe retrasar la ejecución de otras obras que la ciudad espera desde hace rato como las troncales de Transmilenio por la Boyacá y la 68. Asimismo, no podemos pasar por alto la experiencia de Medellín, que aunque cuenta con metro desde 1995 todavía no ha terminado de pagarlo. 

Todas estas circunstancias exigen de la administración distrital resolución, si, pero sobretodo prudencia y responsabilidad; de otro modo corremos el riesgo de que en lugar de mejorar las cosas el metro termine empeorándolas. Lamentablemente, si algo ha mostrado el actual inquilino del Palacio Liévano tras casi tres años de dirigir (sic) los destinos de la ciudad es que la mesura, la sensatez y el buen juicio no son lo suyo; a él lo que le gusta son los golpes de audacia, los saltos al vacío, el jugarse todo a una sola carta. Y la última carta que le va quedando a Petro para no pasar a la historia como uno de los peores alcaldes de esta pobre ciudad es la del metro.

Semejante escenario debe poner a la ciudadanía sobre aviso. No podemos dejarnos hipnotizar por los cantos de sirena de un alcalde que en su desesperación está dispuesto a jugarse no solo su futuro político, sino el futuro de la ciudad a una carta. Los bogotanos ya hemos padecido los efectos de su voluntarismo e improvisación con la implementación de su fallido esquema de basuras. Ahora no podemos dejar que instrumentalice nuestra ilusión de contar con un metro para limpiarle la cara a la izquierda criolla que desde hace doce años ha hecho que esta brumosa ciudad andina, “a mitad de camino entre el infierno y el cielo” como toda metrópoli, se parezca cada vez más al infierno. Por eso el mensaje de la ciudadanía al Alcalde debe ser claro y rotundo: “Metro sí, pero metro viable y responsable”. Y es que Petro tarde o temprano dejará la Alcaldía, pero los bogotanos tendremos que seguir soportando las consecuencias de sus desatinos por muchos años.

El traje nuevo del emperador

Es de no creer. Un Gobierno que representa a más de 45 millones de ciudadanos discutiendo de igual a igual con un puñado de terroristas. El marco de las conversaciones es igualmente inverosímil: se realizan en la isla que alberga a la dictadura más antigua del hemisferio occidental y tienen como garante a un Gobierno que ha perseguido implacablemente a sus opositores políticos. Nada bueno cabe esperar de semejante negociación, y hasta ahora, a pesar de las fantasiosas apologías de los Guardianes de la Paz, nada bueno ha producido; lo único que ha quedado claro después de dos años de diálogos en Cuba es que Colombia, que estaba ganando la guerra, hoy está perdiendo la paz.

El Gobierno y los medios de comunicación han querido venderle al país y al mundo la fábula de que la paz está más cerca que nunca, que la concordia y la prosperidad están al alcance de la mano. Haciendo gala del adanismo que lo caracteriza, Juan Manuel Santos ha dicho que “hemos avanzado como nunca antes en las negociaciones de paz”, y ya está montando a Colombia en el cuento del “post-conflicto” cuando los fusiles no se han silenciado y todavía retumban los ecos de las bombas. 

Sin embargo, hay que recordarle al Gobierno y a los Guardianes de la Paz que no se debe enjalmar antes de traer las bestias, ni vender la piel del tigre antes de cazarlo. Y es que desde el inició de las conversaciones las FARC no han dado muestras reales de paz. Por el contrario han sido tantos los desaires al sincero deseo de paz de los colombianos que es difícil llevar la cuenta: el asesinato de una niña de dos años en Miranda, Cauca; los ataques contra la infraestructura vial y petrolera; el asesinato de policías y militares con tiros de gracia; los continuos derrames de crudo en la selva, y un largo etcétera que los medios de comunicación han querido minimizar para evitar la desacreditación del proceso.

Cada vez que alguien se atreve a mostrar las más leve señal de indignación ante estos hechos atroces los Guardianes de la Paz salen en gavilla a decir que la “paz se hace con el enemigo”, que “la paz es mejor que la guerra” o que “estamos negociando en medio del conflicto”, creyendo que con esas frases manidas ya lo han dicho todo. Asimismo, si acaso alguien osa recordarle al Presidente que al iniciar las conversaciones expresó a los cuatro vientos que el proceso iba a ser una cosa de meses, inmediatamente es anatematizado como “enemigo de la paz” y le caen encima toda clase de improperios. Nadie puede salirse del rebaño, todos debemos ceñirnos al libreto de Palacio, y ¡hay de aquel, que como en el cuento infantil, se atreva a decir que el presidente tiene sus vergüenzas al aire! 

Todos los colombianos anhelamos la paz. Es falso que quienes nos oponemos a la forma en que este gobierno ha adelantado las conversaciones con la guerrilla seamos “amigos de la guerra” y estemos interesados en perpetuar la violencia. Ocurre que aspiramos a una paz real y duradera y no a una paz de papel que fundada sobre la injusticia y la mentira sea incapaz de resistir el resplandor de la verdad. Don Miguel de Unamuno, con la radicalidad y la contundencia propias de su raza llegó a formular esta máxima diamantina: “verdad antes que paz”. Y aunque no nos atrevemos a decir si el ilustre rector salmantino tenía o no razón, si estamos convencidos de que la paz no se puede hallar fuera de la verdad.
 

La izquierda en su laberinto

Gustavo Petro se apuró y adhirió a la campaña de Santos antes de tiempo; tomó en la primera vuelta una decisión propia de la segunda y con ello le marcó a la izquierda colombiana una línea diferenciadora entre la política de principios y las componendas electoreras. Las hasta hace poco irreconciliables diferencias entre Santos y Petro se desvanecieron de forma inesperada y desde entonces han hecho toda clase de malabares para disfrazar de paz un acuerdo que rezuma oportunismo. Ante semejante alianza la indignación cundió entre reconocidos líderes de izquierda y desde las distintas corrientes del sector se levantó un sonoro y coherente grito: “ni Santos, ni Zuluaga”.

Las elecciones del pasado domingo remecieron el tablero electoral y ya hay muchos periodistas y políticos de izquierda que están plegándose a la campaña reeleccionista metiendo susto con el coco de Uribe. Es tal la angustia que les genera la sola sombra del expresidente que parecen dispuestos a todo: ya no les importa que Santos sea el más claro exponente del centralismo aristocrático que han denunciado por décadas, que su jefe de campaña sea el “aperturista” Cesar Gaviria, que Samper sea uno de sus más cercanos asesores, que sus principales electores sean los ñoños, los musas y los yahires o que la gran prensa haya abandonado su dignidad y se haya vendido al poder. “Todo vale” parece ser el nuevo lema de la campaña de Santos y sus adeptos de última hora, y pareciera que con tal que no gane Zuluaga hasta los pactos con el diablo están permitidos. 

Sin embargo, todavía hay sectores de izquierda que no han sido seducidos por los cantos de sirena que salen desde el palacio de Nariño. Esa es la situación de Clara López y el Polo Democrático Alternativo, quienes deben decidir qué hacer con el capital político que les dejó el éxito electoral de la primera vuelta. La salida fácil y obvia, la de Iván Cepeda, es rendirse al chantaje de Santos con el tema de la paz para cerrarle el paso a Zuluaga y de ñapa obtener una que otra canonjía, una que otra concesión programática de un presidente que está feriando el Estado en medio de su desespero reeleccionista. 

Un análisis reposado, empero, además de dejar a la vista las incongruencias ideológicas, evidencia los grandes peligros de esta estrategia facilista. La primera vuelta confirmó lo que era una constante en las encuestas: cerca de un 70% de los colombianos rechaza la reelección de Santos. Esto es una advertencia para el Polo ya que sumarle votos a Santos no garantiza un triunfo y si pone en riesgo su capital político; sino que le pregunten a Vargas Lleras. Las dudas aumentan al comparar los resultados del Polo del domingo (1.958.414 votos) con los de las elecciones parlamentarias del pasado 9 de marzo (541.145 votos en senado), pues los casi 1.500.000 votos de diferencia no son automáticamente endosables, sobre todo si el beneficiario del endoso es un candidato que genera tanto rechazo como Santos. A cuenta de ceder a los chantajes pacifistas y a las tentaciones burocráticas el Polo puede terminar quedándose con el pecado y sin el género.

Ese sería el peor de los escenarios. Pero el mejor escenario tampoco es muy halagüeño en la medida en que si Santos gana no hay garantía de que vaya cumplirles su palabra –sino que le pregunten a Uribe- y a cuenta de ese apoyo de última hora perderían la independencia y la autoridad moral para criticar la segunda administración del candidato-presidente. Cabe preguntarse si detener a Zuluaga debe implicar un costo tan alto, máxime cuando líderes como Robledo no ven diferencias sustantivas entre él y Santos.

Pareciera pues que la segunda vuelta obliga al Polo y a otros sectores de izquierda a elegir, dirán ellos, entre la peste y el cólera. Sin embargo, como bien lo recuerda el senador Robledo, existe un tercer camino, uno que no implica taparle las vergüenzas a Santos, ni ceder a sus chantajes, ni traicionar los propios principios: el voto en blanco. Esperemos, pues, que la izquierda no salga del laberinto en que se encuentra apelando a un pragmatismo político de resultados inciertos, sino que se decida a permanecer fiel a sus principios y postulados ideológicos consciente de que ese el camino que aconseja el buen juicio.

Un lobo con piel de oveja

Al principio de su mandato Santos sorprendió al país al afirmar sin rubor que Chávez había pasado a ser su nuevo mejor amigo. Por lo general los amigos suelen tener cosas en común y a primera vista Chávez y Santos no pueden ser más diferentes: mientras que Hugo Rafael era un llanero de maneras desenvueltas, palabra fácil y un indiscutible don de gentes, Juan Manuel es un cachaco refinado y acartonado que compensa en astucia su innegable falta de carisma. Asimismo, Santos difícilmente puede ser catalogado de izquierdista, y si se asocia su nombre a la amenaza castro-chavista es por ver en él a un posible Kerensky o Caldera colombiano, es decir, a un tonto útil que sirve involuntariamente a los intereses de fuerzas radicales y violentas.

Pero a pesar de estas diferencias, en apariencia sustantivas, Santos y Chávez han demostrado un desprecio por la democracia y una propensión a ejercer el poder de forma despótica que explican su amistad. Podrá haber diferencias de forma, sí, pero hay unas semejanzas de fondo que resultan preocupantes. Y es que como lo demuestran los casos de Fidel Castro y Rafael Leónidas Trujillo, el despotismo no tiene color político definido. 

Las credenciales anti-democráticas de Chávez son de sobra conocidas y no hace falta abundar en ellas: fue un lobo que al menos tuvo el mérito de presentarse como tal. Santos, en cambio, ladino como es, ha sabido guardar las apariencias: es un lobo disfrazado de oveja al que hay que desenmascarar. 

Su primer zarpazo lo dio al día siguiente de ser elegido, cuando tiró a la basura las banderas políticas que lo llevaron a la presidencia a pesar de él mismo; le hizo conejo a la democracia a vista y paciencia de todo el mundo, engañando sin sonrojarse a nueve millones de colombianos que creyeron en él. Difícilmente uno puede imaginar un golpe más certero al sistema democrático, que debe basarse en la confianza ciudadana en sus representantes y en la elemental idea del respeto a la voluntad mayoritaria. Santos, para ponerlo en términos gráficos, subió al país a un bus jurándole que lo iba a llevar a Cartagena, pero a poco andar decidió llevarlo a Ipiales; en este sentido podría decirse que Chávez fue más democrático porque prometió llevar a su pueblo a Cuba y fue fiel a ese itinerario hasta el final. 

Después han venido otros zarpazos igualmente dañinos. De forma sistemática, sin prisa, pero sin pausa, Santos ha ido coaptando a todo aquel que pudiera hacerle contrapeso: los medios de comunicación, el poder legislativo, el poder judicial, han ido cayendo uno a uno en sus garras. 

Chávez, Correa y los Kirchner, le declararon la guerra a la libertad de prensa cerrando canales de televisión, amedrentando y censurando a sus críticos y restringiendo la oferta de papel a los periódicos de oposición; Santos, en cambio, consciente de la mala prensa internacional que generan semejantes expedientes, ha optado por un mecanismo menos violento pero igualmente eficaz: silenciar al cuarto poder a punta de millones de pesos derrochados en pautas publicitarias, convirtiendo en apéndices de la secretaria de prensa de Palacio a los medios más importantes del país.

La danza de los millones, sin embargo, no paró ahí. Después de arrodillar al Congreso y ponerlo a sus pies, Santos le ha entregado las llaves del erario público a unos politiqueros venales para que compren los votos y las conciencias de los ciudadanos a lo largo y ancho del país. Si Chávez supo explotar la miseria del pueblo venezolano apelando a un populismo estridente, Santos, sin escrúpulo alguno, pretende aprovecharse electoralmente de las necesidades de los colombianos a punta de mercados, electrodomésticos y cuotas burocráticas entregadas a manos llenas. Mientras tanto a la oposición le embolatan los anticipos de campaña que le corresponden por ley y el CNE contradice sus propias decisiones con tal de no dejar que ni el nombre, ni la foto de la principal figura de oposición aparezcan en el tarjetón electoral. Con perdón de los santistas, hay que decir que llevar al paroxismo el histórico clientelismo de nuestra cultura política y despojar de garantias a la oposición no es propiamente democrático. 

Los demócratas venezolanos pecaron de ingenuos cuando esperaron que el gobierno de Colombia levantara la voz frente al escandaloso fraude electoral que llevó a Maduro a la presidencia. Santos en lugar de denunciar lo ocurrido fue el primero en legitimar el dudoso triunfo del delfín de Chávez. Esto, sin embargo, no debió sorprender a nadie. Era previsible que quien ha tenido tan poco respeto por la democracia de su país se mostrara indiferente ante la suerte de sus vecinos. “Por sus obras los conoceréis”, suele decirse, y hay que decir que las obras de Santos han hablado por él. Todo lo dicho, empero, no significa que Juan Manuel sea una mala copia de Hugo Rafael; lo que pone de manifiesto es que ambos, cada uno a su modo, constituyen un peligro real para la democracia. Y es que a las democracias como a las personas se las puede agredir a garrotazos como hizo Chávez, pero también pueden ser ahorcadas lentamente por un señorón vestido de frac que sonríe amablemente mientras asfixia a su víctima con manos enguantadas. En cualquiera de los dos casos el resultado final puede ser la muerte. 
 

¡Pobre Bolívar!

Dura lex, sed lex, solían decir los romanos para dar a entender que las leyes deben ser cumplidas incluso cuando nos perjudican porque es gracias a su carácter impersonal que son capaces de ordenar la vida en sociedad: ¡Dura es la ley, pero es la ley!

Aunque esta noción básica del derecho parece una perogrullada, no sobra recordarla en medio de la agitación política y social que ha despertado la destemplada y estridente reacción de Gustavo Petro ante el fallo de destitución e inhabilidad proferido por el Procurador. Aunque parece haber un consenso generalizado en que la sanción fue excesiva, cada vez se hace más claro que el Procurador actuó en derecho y que el marco constitucional vigente lo faculta para destituir incluso a aquellos funcionarios públicos elegidos popularmente. 

A pesar de esto, Petro y sus áulicos pretenden imponer una aplicación selectiva de la ley y consideran que debido a su pasado guerrillero se les debe permitir que se salten a la torera las normas y leyes que rigen a los demás colombianos. La victimización, las amenazas veladas a la institucionalidad y el chantaje con el proceso de paz han estado a la orden del día, y contra toda previsión un inmenso coro de periodistas y columnistas, motivados principalmente por el rechazo que les produce la figura del Procurador y sus creencias religiosas, han hecho eco de los sofismas del Alcalde y han terminado convirtiendo en mártir a un pésimo administrador y han puesto en entredicho la universalidad que debe caracterizar a todo orden legal. 

Contra lo que dicen los defensores de última hora de Gustavo Petro, no es cierto que el Procurador solamente haya castigado a los políticos de izquierda y se haya hecho el de la vista gorda con los políticos de derecha; los casos de Andrés Felipe Arias y Bernardo Moreno, dos importantes figuras del gobierno Uribe, muestran que los fallos de la Procuraduría han hecho llorar al país político por los dos ojos. Petro, por cierto, no es el único funcionario público elegido por votación popular que ha sufrido los rigores de la vara del Procurador: 828 alcaldes, 49 gobernadores, 622 concejales, 22 congresistas y 18 diputados de las más diversas corrientes políticas corrieron su misma suerte durante el primer periodo de Ordoñez en el Ministerio Público. Finalmente, quienes sostienen que Petro no se ha robado un peso y que está siendo sancionado excesivamente por una mala gestión parecen no querer ver que el Alcalde no está siendo sancionado por su innegable ineptitud administrativa sino porque a cuenta de ella violó leyes y normas que tenía la obligación de respetar. 

Hay quienes sostienen que el caso de Petro evidenció un problema de diseño constitucional que debe resolverse, y quizá no les falta razón. Sin embargo, mientras esa reforma no se realice todos debemos defender el principio de que nadie está por encima de la ley y someternos a ella incluso cuando vaya contra nuestros intereses, y si Petro, como sostiene la Procuraduría, traspasó los límites de la ley, no a pesar de su pasado guerrillero sino precisamente a cuenta de él, debe ser sancionado como cualquier hijo de vecina. Ese principio de una ley que no hace distingos y que rige a todos por igual es la esencia de la verdadera democracia, que está muy lejos de la hiperbólica facundia vespertina que desde hace una semana el Bolívar de Tenerani tiene que soportar sin poderse bajar de su pedestal. 

 

¿Ay de los vencidos?

A principios del siglo IV a.C. los galos invadieron Italia. Tras la batalla del rio Alia el lider galo Breno y sus hordas guerreras tomaron Roma y exigieron a los sobrevivientes que resistían heroicamente en la colina Capitolina el pago de un rescate para levantar el sitio y abandonar el resto de la ciudad. Los sitiados accedieron a pagar 1.000 libras de oro como precio de la liberación, pero al momento de pesar el oro se dieron cuenta de que los galos habían amañado las balanzas. Los romanos se molestaron, pero Breno ahogó la protesta en sus gargantas: puso con desden su espada sobre uno de los platillos de la balanza al tiempo que tronaba “¡vae victis!”, ¡ay de los vencidos!, dando a entender que en una negociación es el vencedor el que impone las condiciones.

En Colombia, sin embargo, que como decía el viejo estribillo es “el país de las cosas singulares”, supimos ganar la guerra, pero estamos perdiendo la paz. Y es que el monólogo estridente y desafiante al que nos someten un día sí y otro también los negociadores farianos y la actitud arrogante y provocadora que han asumido, son más propias de un ejército de vencedores que de una banda trasnochada de barbudos que perdidos en la espesura del monte salen de vez en cuando para sembrar terror en el pueblo por el que dicen luchar; se les dio acceso a los micrófonos y vaya si han sabido aprovecharlos. Por otro lado no muestran compunción alguna por los innumerables crímenes que han cometido, ni la más pequeña señal de arrepentimiento por los surcos de sangre y dolor que han abierto a lo largo y ancho de la geografía nacional; ese tipo de cosas no tiene nada que ver con ellos: lo suyo, como hacen los vencedores, es pedir, y más que pedir, exigir. 

Eso explica el desparpajo con el que salen a plantear sus propuestas “mínimas”, que ya son tantas que es difícil llevar la cuenta: asamblea nacional constituyente, reducción y reestructuración de las fuerzas armadas, puestos en el Banco de la República y en el Consejo Nacional Electoral, medios de comunicación propios financiados por quienes hemos sido sus víctimas durante años, zonas de reserva campesina prácticamente autónomas, cargos de elección popular sin pasar por la urnas y un largo etcétera que asemeja este petitorio a una carta al Niño Dios. Todo a cambio de que dejen de matarnos. 

Del otro lado de la mesa todo es silencio; los negociadores del gobierno temen provocar la más leve molestia a su contraparte y dejan pasar de agache las continuas violaciones de parte de la guerrilla a los términos de la negociación. Ni la demostración de que los guerrilleros seguían secuestrando, ni la forma aleve en que dieron muerte a 21 militares el 20 de julio provocaron, aunque fuera el amague, de que se paraban de la mesa; es triste decirlo, pero parecen los avergonzados voceros de un país humillado que acepta resignadamente las patanadas y los abusos de quienes lo han derrotado. Colombia merecía más.    

Así las cosas la guerrilla se comporta con el desembarazo de los vencedores, mientras que el gobierno muestra la servil sumisión de los vencidos; lo que supieron ganar nuestros soldados en el campo de batalla, lo ha sabido perder el gobierno, y con creces, en la forma en que ha manejado las negociaciones con la guerrilla. Es verdad que la guerra no se había ganado, pero se estaba ganando; es verdad que la guerrilla no había sido totalmente doblegada, pero estaba arrinconada, diezmada y desmoralizada. Esa situación, sin embargo, no guarda relación alguna con el estado actual de las negociaciones, y tal como van las cosas en La Habana los colombianos terminaremos trocando el “¡vae victis!” de los galos por un oprobioso “¡vae victoribus!”, ¡ay de los vencedores!
 

Abortando la verdad

Desde hace algún tiempo los medios de comunicación vienen repitiendo que en Colombia se realizan cerca de 400.000 abortos al año y de tanto repetir esta cifra la opinión pública ha terminado por creer que se trata de una verdad incontrovertible. El origen de la cifra de marras es un estudio aparecido en 2011 en una publicación trimestral del Guttmacher Institute (GI) (1), institución sin ánimo de lucro abiertamente partidaria de la despenalización del aborto y que hasta el 2007 mantuvo una estrecha relación con Planned Parenthood Federation of America (PPFA), uno de los principales adalides de la causa pro-choice en Estados Unidos. Como no se puede desconocer que en ocasiones la ciencia puede instrumentalizarse, traicionando la neutralidad y la objetividad a la que debe aspirar, un periodismo serio junto con dar cuenta de una determinada investigación debe informar si quién realizó o financió dicho estudio podría tener un conflicto de interés respecto a los resultados obtenidos. Era esperable, por tanto, que ante un estudio sobre la incidencia del aborto realizado por un instituto comprometido con su legalización, los medios de comunicación adoptaran una actitud crítica y lo difundieran advirtiendo a la opinión sobre sus posibles sesgos; esta es una situación análoga a la de una investigación sobre los efectos nocivos del tabaco realizada o financiada por una tabacalera, pues en ambos casos la tentación de manipular o acomodar los resultados para favorecer los propios intereses es grande. 

Evidentemente, estas consideraciones no implican que el estudio en cuestión deba ser descartado a priori, pero si nos obligan a abordarlo con cautela. Por obvias razones no existen registros confiables y completos de la incidencia del aborto inducido en los países en los que esta práctica presenta restricciones legales, y esta circunstancia obliga a los investigadores a emplear métodos cuantitativos o estadísticos que les permitan estimarla. En estos casos el GI emplea un método de estimación indirecta denominado estimación de aborto por complicaciones −AICM, por sus siglas en inglés−, que infiere el número de abortos totales a partir de una estimación del total de mujeres atendidas en los centros de salud por complicaciones causadas por un aborto. Como en los países donde el aborto está prohibido no existen cifras oficiales que permitan contrastar las estimaciones del AICM, resulta muy difícil verificar el grado de precisión de este método.

Sin embargo, hay un caso que puede servir como piedra de toque para determinar la validez del AICM. Se trata de Ciudad de México, donde a partir de abril del 2007 se legalizó el aborto hasta los tres meses de gestación y que desde entonces cuenta con un registro del número de abortos realizados en las entidades de salud pública. Como en 2008 el GI publicó un trabajo en el que se estimaba el número de abortos inducidos anuales en Ciudad de México empleando el AICM (2), se configuró un escenario ideal para probar o refutar su validez. 

En el estudio se estima que en Ciudad de México se realizan 165.455 abortos al año, cifra que contrasta de forma escandalosa con los 94.200 abortos reportados por el Gobierno del Distrito Federal entre el 24 de abril de 2007, fecha de la legalización, y el 31 de enero de 2013 (3); si se compara el promedio anual de abortos reportados, 16.383, con la estimación del estudio se observa que el AICM sobrestima el número de abortos en un 1.000 %. Como en Ciudad de México las clínicas privadas no están obligadas a reportar los abortos que realizan, las cifras del Gobierno del Distrito Federal podrían estar subestimando la incidencia del aborto inducido. Sin embargo, en otro estudio el GI aporta una serie de datos que sugieren que la subestimación no debiera ser muy grande (4). Según dos encuestas recogidas en dicho estudio en 2010 el 85% de la población de Ciudad de México tenía conocimiento de la ley y ya en 2009 el 74% la aprobaba, lo que hace pensar que ni el desconocimiento de la ley, ni la estigmatización social deberían estar impidiendo que las residentes de la capital mexicana aborten en los centros de salud pública. Si se agrega que un aborto en un centro de atención público es gratuito, mientras que en las clínicas privadas debe pagarse, se refuerza la idea de que el número de abortos no reportados no debería ser muy alto. No obstante las consideraciones anteriores, cabe citar, en aras de la discusión, un último estudio que estima que anualmente se realizan 21.600 abortos inducidos en las clínicas privadas de Ciudad de México (5); pero ni con esta concesión el AICM sale bien librado, porque sigue sobrestimando el número de abortos en un 435%.

Es razonable afirmar que la idoneidad de un método de estimación debe medirse en función de su precisión, es decir, de su capacidad para entregar estimaciones cercanas a la realidad. Las cifras discutidas evidencian la total falta de precisión del AICM y dan pie para cuestionar seriamente su validez; ningún método que aspire a tener estatus científico puede entregar resultados tan alejados de la realidad. De hecho, el error de estimación es tan grande que genera suspicacias y trae a la memoria las revelaciones de Bernard Nathanson, médico abortista que abogó por la legalización del aborto en E.E.U.U. y que tras reconsiderar su posición al respecto confesó haber presentado a la opinión pública cifras deliberadamente infladas sobre la incidencia del aborto.

A la luz del caso de Ciudad de México, la cifra de los 400.000 abortos se desmorona, máxime si se tiene en cuenta que el mismo GI reconoce que la información empleada en el caso mexicano es más fidedigna que la utilizada en el estudio sobre Colombia. Si nos tomamos la libertad de aplicar los índices de sobrestimación del caso mexicano a la cifra de marras tendríamos que el número de abortos inducidos anuales en Colombia estaría entre los 40.000 y los 92.000; aunque este cálculo no tiene ninguna pretensión científica y solo busca ilustrar un punto, es razonable suponer que la cifra real no debe estar por encima de los 118.359 abortos que se registraron durante el 2011 en España, país con una población similar a la de Colombia y en el que el aborto es legal y tiene una mayor aceptación social.

Alguien, y tendría razón, podría argüir que 100.000 abortos anuales es una cifra igualmente preocupante. Habría que aclararle, empero, que nuestra pretensión al desenmascarar estas cifras falaces no ha sido cerrar el debate sobre el aborto, pues somos conscientes de que independientemente de la posición asumida este es un debate que trasciende los argumentos puramente cuantitativos; nuestras miras, por el contrario, son más elementales y consisten básicamente en pedirle a nuestros contradictores la sinceridad y la honradez intelectual propias de los debates auténticamente democráticos, en instarlos a que no busquen la adhesión de la opinión pública por medio de la desinformación y la mentira, en exigirles, en definitiva, que en su empeño por despenalizar el aborto no empiecen abortando la verdad. 

Lo que va de Santos a Santos

No es la primera vez que Venezuela padece un gobierno autoritario –ya a mediados del siglo pasado el poeta Andrés Eloy Blanco trataba de explicarse desde el exilio el trágico sino de “la pura tierra de Venezuela,/ la del signo del Éxodo”, “la que algo tiene y nadie sabe dónde,/ si en la leche, en la sangre o la placenta,/ que el hijo vil se le eterniza adentro/ y el hijo grande se le muere afuera”, sin encontrar una razón satisfactoria. Tampoco es la primera vez que un Santos ha tenido que tomar una posición al respecto. ¡Pero qué diferencia va de un Santos a otro! 

Es de todos conocida la actitud complaciente que ha mostrado el primer mandatario con el poder despótico que se apoderó de Venezuela hace 15 años. Primero graduó al coronel golpista de “mejor amigo”, y no contento con eso asistió a su funeral para hacerle calle de honor en compañía de Lukashenko, Ahmadinejad y Raúl Castro. Lo peor, sin embargo, estaba por venir, y llegó con el prematuro reconocimiento de la cuestionada victoria electoral de Nicolás Maduro; ni siquiera los miembros del Alba fueron tan solícitos a la hora de legitimar el fraude. Los hechos muestran el poco compromiso democrático del Presidente, quien al mostrarse insensible ante la suerte de millones de venezolanos no solo desdice de su estirpe liberal, sino que evoca las terribles palabras de Caín: “¿quién me ha nombrado guarda de mi hermano?”.

Para fortuna del apellido y de Colombia no todos los Santos son iguales; en su hora Eduardo Santos supo denunciar la tiranía y exaltar la democracia, haciendo propia la tragedia ajena. 

Juan Vicente Gómez es el nombre del caudillo que rigió los destinos de Venezuela por veintisiete años y el inspirador inmediato de una de las más interesantes obras de teoría política que ha producido Hispanoamérica. Se trata de Cesarismo Democrático, obra publicada por Laureano Vallenilla Lanz en 1919, traducida al francés y al italiano, y que constituye una erudita y apasionada apología de los gobiernos autoritarios –de los “gendarmes necesarios”- en América Latina en general y en Venezuela en particular. Como era de esperar semejante obra tuvo eco en el resto del continente y no faltaron quienes desde distintas latitudes polemizaron con este “Maquiavelo tropical”; Eduardo Santos hizo lo propio desde su tribuna en El Tiempo, donde fiel a sus ideas liberales hizo una exaltada defensa del orden democrático y una justa denuncia de los regímenes autoritarios. Precisamente el texto que hemos desempolvado hace parte del cruce de opiniones que se dio entre Santos y Vallenilla Lanz, y sirve para recordarnos la tradición civilista y democrática a la que debemos apegarnos. 

Las comparaciones pueden resultar odiosas, pero son inevitables. Y en este caso nos deja un sabor amargo y nos trae a la memoria los nostálgicos versos de Jorge Robledo Ortiz: “Siquiera se murieron los abuelos,/ Sin ver como se mellan los perfiles.”

Ciceronadas

Quien lee a Homero, se traslada a un mundo en el que todo adquiere proporciones cósmicas. Así, nos parece que las murallas de Ilión son tan altas que tocan las estrellas, que el ejército de los aqueos es tan numeroso que se confunde con la llanura, que la descomunal ira de Aquiles puede arrancar a la tierra de sus quicios de un momento a otro, o que no puede haber un dolor más grande que aquel que sintió Príamo ante la muerte de Héctor. En este mundo todo es monumental y hasta los actos más insignificantes, los más pequeños detalles, respiran un halo épico.

Algo similar parece ocurrir cuando nos enfrentamos con las vidas y los hechos de los romanos antiguos, que más que hombres parecen héroes o anti-héroes fugados de la epopeya. Son sus pasiones tan intensas y tan desmedidas sus ambiciones que se llega a pensar que ellos son la viva encarnación de esas pasiones y esas ambiciones. No es raro, por ejemplo, que Gabriel García Márquez hubiera confesado que al trazar la singular fisonomía de los Buendía las terribles imágenes de la Vida de los doce Césares de Suetonio le guiaran el pulso. Y es que al igual que con los héroes homéricos, con los romanos todo adquiere un tono de tragedia y de solemnidad que no puede sino pasmar. La actitud sacrificial y la generosidad sin límites, empapadas ambas de un fino sentido de la dignidad, se mezclan sin más con los sentimientos más viles y ruines, haciendo que al asomarse a los anales de la historia antigua se tenga la impresión de que se está frente a una compañía de actores trágicos que confundió las tablas con la vida. Sobre este trasfondo se recorta la figura de Cicerón y a su luz es posible apreciar de mejor manera su peculiar constitución moral.

Partamos, pues, por el principio. Nace Cicerón en Arpino, patria de Mario, el año 106 a.C. Hijo de una prominente familia del orden de los caballeros, pudo gozar de una educación privilegiada, siendo discípulo tanto de Escevola como de Filón de Larisa. El primero le enseñó las bases del derecho, el segundo lo inició en el estudio de la filosofía, disciplina por la que mostraría un permanente interés a lo largo de su vida.

Los tiempos en los que le tocó vivir fueron turbulentos como pueda haberlos en la historia de la humanidad. Después de haber permitido que las legiones romanas marcharan en triunfo desde las arenas calcinantes de Egipto hasta los umbrosos bosques de Germania, la República mostraba inocultables síntomas de decadencia y desde su seno empezaba a configurarse una nueva forma de organización política más acorde con las necesidades de un imperio tan vasto como el Mediterráneo. Agonizaba la República y sobre su cabeza planeaban las siniestras figuras de los caudillos, que como cuervos hambrientos estaban ansiosos por abalanzarse sobre su cuerpo inerte y así erguirse como amos y señores del orbe. Eran tiempos violentos, en los que la muerte se daba y se recibía con igual facilidad, y en los que una palabra de apoyo o un leve gesto de desprecio dados a destiempo podían resultar fatales. En medio de este caótico mundo creció y se formó Cicerón, y en medio de esa misma vorágine de pasión, crueldad y ambición sirvió como magistrado y cayó muerto al filo de un puñal aleve.

De constitución enfermiza y débil de estómago —Plutarco lo describiría como “delgado y de pocas carnes”—, Cicerón medró en medio de un mundo tan adverso gracias a una bien dotada inteligencia, una rara facilidad para cambiar de alianzas políticas, y una elocuencia irresistible. Como todos los romanos de su tiempo era “sediento de gloria por carácter”, y tenía un genio burlón o epigramático que le valió más de una enemistad, uno que otro exilio y, por qué no, la misma muerte. Vanidoso y autorreferente como el que más, se hacía de trato pesado aún para sus propios amigos, a quienes la repetición ad eternum de sus logros políticos torturaba de un modo indecible. De carácter ecléctico, supo desenvolverse con igual soltura en las discusiones en el foro, los pleitos ante los jueces y los debates filosóficos. Conocedor del griego y juicioso cultivador de la filosofía, tradujo algunas obras al latín y las difundió en los medios romanos. Más de una vez decidió retirarse del mundanal ruido según el consejo de Fray Luis, pero otras tantas la sed de gloria y honores lo devolvió al centro de la arena política.

Cicerón se caracterizó por una gran ambivalencia en su actividad política, cambiando de adhesiones y fidelidades de manera permanente a lo largo de su vida. Hoy con César, mañana contra él, al día siguiente quién sabe. Esta falta de coherencia política lo hizo blanco de críticas de zegríes y abencerrajes, y tal vez fue lo que finalmente lo perdió. Creía en la República y llegó a postergar su fin en más de una ocasión, pero a diferencia de Catón o Bruto, terminó contemporizando con los tiranos; quizá porque era consciente de que el Imperio era inevitable y quería de los males el menor, quizá por simple y vil cobardía.

Ocupó varias magistraturas a lo largo de su prolongada existencia. Fungió como edil, pretor, cuestor, pero sería en el consulado que obtuvo el año 63 a.C. cuando llegaría a la cumbre de su carrea política. Ese fue el año de la conspiración de Catilina, el año en el que la toga y la palabra vencieron a la tosca espada, el año en el que Catón lo llamó Pater Patriae. Después vendrían persecuciones, exilios, algún cargo de cierta importancia, uno que otro coqueteo con el príncipe de turno, pero su estrella nunca más volvió a brillar con el mismo fulgor.

Sin aprobar el proceder de César, no tomó parte en los hechos de aquellos idus sangrientos. Muerto César, cuando tuvo que elegir entre Augusto, Antonio y la República, optó por el primero e hizo a Antonio, nuevo Filipo, víctima de su elocuencia. Cuando los miembros de lo que sería el segundo triunvirato decidieron hacer las paces, se sentaron a una mesa en Bolonia y jugaron a ser dioses; sin mucho escrúpulo, quizás entre risas, se dieron a la tarea de decidir quién vivía y quién debía morir. Cicerón no contó con suerte: Augusto lo canjeó por un hermano de Lépido y un tío materno de Antonio.

Tras conocer que su cabeza tenía precio Cicerón se hace a la mar, pero su eterna indecisión lo hace volver con la esperanza de verse con Augusto y obtener de él, ya la vida, ya la muerte. De camino a Roma cambia otra vez de parecer y en su carrera hacía el mar, a cuenta de un liberto llamado Filólogo que lo delató —¡triste ironía del destino!—, la muerte lo alcanzó cerca de Formia envuelta en el puñal de un cazarecompensas. Corría el año 43 a. C. y Cicerón, para entonces un anciano de 63 años, era llevado por sus esclavos en una litera. Su última visión fue el azul intenso del mar Tirreno; después cerró los ojos y ya no los volvió a abrir. Su cabeza y sus manos, esas que habían concebido y escrito las Filípicas, fueron expuestas públicamente para horror de los romanos. Su lengua corrió con peor suerte: cayó en manos de Fulvia, mujer de Antonio, quien se dio a la ominosa tarea de pincharla hasta decir basta con la peregrina idea de callar una elocuencia que se oirá por toda la eternidad.