Londres inauguró su famoso “underground” en 1863. El “subway” neoyorquino data de 1904. Paris, Madrid, Barcelona y Buenos Aires cuentan con un sistema de transporte ferroviario urbano desde las primeras décadas del siglo XX. Los habitantes de Ciudad de México, Sao Paulo, Santiago de Chile y Caracas han gozado de metro desde la década del setenta del siglo pasado.
Bogotá, en cambio, en pleno siglo XXI y a pesar de sus casi ocho millones de habitantes no tiene un solo kilómetro de metro. Ganas no nos han faltado. Estamos en estas desde 1950. Han sido tantos los estudios que se han hecho y tanto el dinero que nos hemos gastado en pre-diseños y diseños que hace rato habríamos podido financiar la primera línea si nuestros gobernantes hubieran tenido mayor determinación. Y es que a veces, conviene no olvidarlo, lo mejor es enemigo de lo bueno.
El metro es deseable, de eso no hay duda. Sin embargo, tener conciencia de la necesidad que Bogotá tiene de un metro no debe hacernos perder el foco. El metro, digámoslo con claridad, no resolverá los problemas de movilidad que los capitalinos padecemos a diario; no es la solución, aunque haga parte de ella. Por esto la realización del metro no debe retrasar la ejecución de otras obras que la ciudad espera desde hace rato como las troncales de Transmilenio por la Boyacá y la 68. Asimismo, no podemos pasar por alto la experiencia de Medellín, que aunque cuenta con metro desde 1995 todavía no ha terminado de pagarlo.
Todas estas circunstancias exigen de la administración distrital resolución, si, pero sobretodo prudencia y responsabilidad; de otro modo corremos el riesgo de que en lugar de mejorar las cosas el metro termine empeorándolas. Lamentablemente, si algo ha mostrado el actual inquilino del Palacio Liévano tras casi tres años de dirigir (sic) los destinos de la ciudad es que la mesura, la sensatez y el buen juicio no son lo suyo; a él lo que le gusta son los golpes de audacia, los saltos al vacío, el jugarse todo a una sola carta. Y la última carta que le va quedando a Petro para no pasar a la historia como uno de los peores alcaldes de esta pobre ciudad es la del metro.
Semejante escenario debe poner a la ciudadanía sobre aviso. No podemos dejarnos hipnotizar por los cantos de sirena de un alcalde que en su desesperación está dispuesto a jugarse no solo su futuro político, sino el futuro de la ciudad a una carta. Los bogotanos ya hemos padecido los efectos de su voluntarismo e improvisación con la implementación de su fallido esquema de basuras. Ahora no podemos dejar que instrumentalice nuestra ilusión de contar con un metro para limpiarle la cara a la izquierda criolla que desde hace doce años ha hecho que esta brumosa ciudad andina, “a mitad de camino entre el infierno y el cielo” como toda metrópoli, se parezca cada vez más al infierno. Por eso el mensaje de la ciudadanía al Alcalde debe ser claro y rotundo: “Metro sí, pero metro viable y responsable”. Y es que Petro tarde o temprano dejará la Alcaldía, pero los bogotanos tendremos que seguir soportando las consecuencias de sus desatinos por muchos años.