Columnas

Lo que va de Santos a Santos

No es la primera vez que Venezuela padece un gobierno autoritario –ya a mediados del siglo pasado el poeta Andrés Eloy Blanco trataba de explicarse desde el exilio el trágico sino de “la pura tierra de Venezuela,/ la del signo del Éxodo”, “la que algo tiene y nadie sabe dónde,/ si en la leche, en la sangre o la placenta,/ que el hijo vil se le eterniza adentro/ y el hijo grande se le muere afuera”, sin encontrar una razón satisfactoria. Tampoco es la primera vez que un Santos ha tenido que tomar una posición al respecto. ¡Pero qué diferencia va de un Santos a otro! 

Es de todos conocida la actitud complaciente que ha mostrado el primer mandatario con el poder despótico que se apoderó de Venezuela hace 15 años. Primero graduó al coronel golpista de “mejor amigo”, y no contento con eso asistió a su funeral para hacerle calle de honor en compañía de Lukashenko, Ahmadinejad y Raúl Castro. Lo peor, sin embargo, estaba por venir, y llegó con el prematuro reconocimiento de la cuestionada victoria electoral de Nicolás Maduro; ni siquiera los miembros del Alba fueron tan solícitos a la hora de legitimar el fraude. Los hechos muestran el poco compromiso democrático del Presidente, quien al mostrarse insensible ante la suerte de millones de venezolanos no solo desdice de su estirpe liberal, sino que evoca las terribles palabras de Caín: “¿quién me ha nombrado guarda de mi hermano?”.

Para fortuna del apellido y de Colombia no todos los Santos son iguales; en su hora Eduardo Santos supo denunciar la tiranía y exaltar la democracia, haciendo propia la tragedia ajena. 

Juan Vicente Gómez es el nombre del caudillo que rigió los destinos de Venezuela por veintisiete años y el inspirador inmediato de una de las más interesantes obras de teoría política que ha producido Hispanoamérica. Se trata de Cesarismo Democrático, obra publicada por Laureano Vallenilla Lanz en 1919, traducida al francés y al italiano, y que constituye una erudita y apasionada apología de los gobiernos autoritarios –de los “gendarmes necesarios”- en América Latina en general y en Venezuela en particular. Como era de esperar semejante obra tuvo eco en el resto del continente y no faltaron quienes desde distintas latitudes polemizaron con este “Maquiavelo tropical”; Eduardo Santos hizo lo propio desde su tribuna en El Tiempo, donde fiel a sus ideas liberales hizo una exaltada defensa del orden democrático y una justa denuncia de los regímenes autoritarios. Precisamente el texto que hemos desempolvado hace parte del cruce de opiniones que se dio entre Santos y Vallenilla Lanz, y sirve para recordarnos la tradición civilista y democrática a la que debemos apegarnos. 

Las comparaciones pueden resultar odiosas, pero son inevitables. Y en este caso nos deja un sabor amargo y nos trae a la memoria los nostálgicos versos de Jorge Robledo Ortiz: “Siquiera se murieron los abuelos,/ Sin ver como se mellan los perfiles.”